martes, 24 de marzo de 2009

La Muerte en la Vida

La muerte en la vida
Miguel Martí

Italia se conmocionó. Un padre logró autorización judicial para desconectar a su hija, en coma desde hacía años, de los aparatos que la mantenían artificialmente con vida. Escuché a alguien comentar que fue lo correcto porque, de por sí, “ya estaba medio muerta”.
El comentario es equivocado: una persona puede estar medio viva, pero jamás medio muerta. Cuando la muerte sobreviene lo hace de manera absoluta, total, completa. Jamás se presenta a medias. El antropólogo Carlos Castañeda escribió varios libros basados en sus diálogos con el chamán mexicano don Juan. En una de esas conversaciones, don Juan le dice: “la muerte es un acto impecable”.
Es además la única certeza. Pero en Occidente –quizá con la excepción de México- nos esforzamos por no tenerla presente, por no asumirla. Cuando Edipo supo que había matado a su padre y compartido el lecho con su madre, se sacó los ojos. ¡Nos negamos a ver lo que nos duele, o lo que nos asusta! Es lo que los psicólogos llaman “negación”. Parece que la mayoría vivimos nuestras vidas como si no nos fuéramos a morir…hasta el día cuando nos anuncian una enfermedad terminal.
Recientemente se proyectó una película con Jack Nicholson y Morgan Freeman, cuyos personajes, en fase terminal, se apresuran a vivir en pocos días, lo que no vivieron en toda su vida. La moraleja es simple: hay que vivir la vida como si nos fuéramos a morir.
Sin embargo, así enunciado, el tema sigue expresando un cierto deseo de atenuar la realidad; porque la muerte no es un condicional; es una certeza absoluta. De manera que, para decir las cosas como son, la forma adecuada de expresarlo es la siguiente: “Vivamos; porque vamos a morir.”
Elizabet Kubler-Ross, fundadora de los cuidados paliativos, dedicó su vida a la atención de pacientes terminales. Y correctamente le puso a su último libro el título de: “Lecciones de Vida”. En realidad, solo podremos vivir con autenticidad nuestras vidas hasta que asumamos concientemente nuestra muerte.
Si a usted le dijeran hoy que tiene 6 meses de vida, ¿qué haría? Si lo que le sale del alma hacer es dejar a su pareja, alejarse de pseudo-amistades, renunciar al empleo, hacer el viaje que siempre soñó pero jamás concretó; correr a pedir perdón a alguien, etc., entonces el problema no es su muerte; el verdadero problema es su vida.
Por el contrario, si al recibir la noticia de su muerte inminente, usted siente que está con la pareja que ama; que está en paz con la gente con la que hay que estar en paz, que su trabajo le proporciona satisfacción, que hizo ya al menos uno de los viajes que soñó, en fin; que no tiene que hacer apresuradamente en unos meses lo que dejó de hacer en toda una vida, entonces usted podrá abrazar la terminación de la vida con alegría, sin miedo, en paz.
Le he escuchado decir a especialistas en tanatología que, aunque parezca misterioso, cada quien muere como vivió. Cada quien tiene la agonía que merece.
Lo esencial no es prepararse para la muerte; lo esencial es prepararse para la vida. Si lo hacemos así, la muerte deja de ser un terror y se convierte en un criterio: nos ayuda a decidir cómo vivir. Para quien la vida fue fuente de plenitud y alegría, la muerte es la culminación natural de la existencia. Para quien no vivió así, es el espejo implacable de su fracaso.
Para descansar en paz, hay que vivir en paz.

Nada podrá contra la vida

Nada podrá contra la vida.
Por Miguel Martí

Estoy seguro que a muchos nos asaltó la duda; que muchos nos hicimos la pregunta.
Teniendo grabadas en nuestra memoria y en nuestro corazón las escenas dramáticas y terribles del terremoto muchos nos habremos preguntado: ¿a partir de cuándo se puede volver a reir, cuánto tiempo ha de transcurrir para expresar alegría?
Las fiestas de Palmares se pospusieron una semana; y aún así mucha gente consideró que era prematuro; que el país aún necesitaba más tiempo para el duelo. ¿Cuánto más? ¿Cómo se determina? ¿Quién decide?
Quienes hemos sufrido la muerte de un ser querido hemos experimentado en carne propia la sensación de que no es justo que mientras nos agobia el sufrimiento, la vida parece transcurrir como si nada hubiera pasado.
Como pasajeros en un tren, desde el interior de nuestro dolor vemos como afuera la gente sigue yendo al trabajo; las parejas se besan, el futbol continua, se hacen las compras en el mercado, se llenan los bares. Y sentimos que es injusto; que la vida cotidiana no tiene por qué seguir como siempre fue; que mi sufrimiento lo menos que amerita es que la vida se detenga, aunque sea un minuto, a compadecerse de mí.
Y quizá en ese mismo instante nos golpea con fuerza la constatación brutal de que la vida jamás se detiene. ¡Ese es el milagro! ¡Esa es la angustia!
¿Es atinado suspender festejos cuando golpea la tragedia? Quizá sí; quizá no. El protocolo, las buenas costumbres y el sentido común dirían que sí. Para mí, la pregunta es: ¿debe posponerse la felicidad ante la tragedia? ¿Debe censurarse la alegría cuando campea el dolor y la muerte?
Víctor Frankl me ayudó a acercarme a mi respuesta. De su experiencia en los campos de concentración nazis aprendió lo esencial que es mantener el buen humor y la alegría. De ahí surgió su idea central: la vida depende del sentido que seamos capaces de darle.
Así, el dolor y el sufrimiento podrían ser fuente de crecimiento personal o espiritual; o podrían lanzarnos a la desesperación. Como también ganarse la lotería podría ser causa de felicidad o de tragedia.
Mantener o posponer o cancelar las fiestas de Palmares podría no haber significado nada. O mucho. ¿Le dimos algún sentido?
Para mí lo esencial es que nos preguntemos: ¿Cómo país, qué sentido le damos a la tragedia vivida con el terremoto? ¿Qué nos enseña? ¿Qué queremos que nos enseñe? ¿A partir de ella podemos ser mejores?
Quizá hacernos esas preguntas y buscar honestamente las respuestas, es mejor que observar actos formales y vacíos de luto.
Siendo muy joven leí unos versos del poeta guatemalteco Oto René Castillo que se me incrustaron en el alma y desde entonces se convirtieron como en un faro que me guía. Dice el poeta: “Nada podrá contra la vida, y nada podrá contra la vida, porque nada pudo jamás contra la vida”.
La vida jamás se detiene; no la detienen ni las tragedias, ni los sentimientos de culpa. ¡Nada puede contra la vida! Lo esencial es vivirla dándole sentido.